Les comparto mi sentir, con relación a un espacio mágico que desde niña me encaminó a las letras... LA BIBLIOTECA DE MI PEQUEÑA ESCUELA, con algunos libros pero los suficientes para llenarme el alma. La calidez de la bibliotecaria en secundaria y la inmensidad y calidad del Alma Mater, U de A donde me gradué como literata.
Gran parte de mi vida la he pasado disfrutando las historias, aventuras, sueños, viajes y anécdotas de cada personaje que reposa en las letras de magníficos escritores. Por eso retomo las palabras de Jorge Luis Borges "Que otros se jacten de las páginas que han escrito, a mi me enorgullecen las que he leído"
Para esto hay que pensar en nuestras bibliotecas...
Porque el espacio de los
libros se debe concebir como punto de reunión para la comunidad educativa y no sólo
como espacio de reuniones para quien “tiene las llaves” o como sala de castigo
para quienes infringen las normas.
La biblioteca se debería reconocer como
espacio familiar, en la que los estudiantes se llevan libros a sus casas para
compartirlos con sus padres yasi hablen, pregunten, aprendan, rían, lloren,
conozcan otros mundos posibles. Las
bibliotecas de las Instituciones Educativas de nuestro país deben ser un espacio
donde la comunidad pueda encontrar elementos propios de su cultura, donde se brinde una cálida y propositiva
atención, con personas idóneas y conocedoras detalle a detalle de cada texto
que allí se encuentra; con material actualizado, diverso que sea del agrado de los usuarios; con una comodidad mobiliaria que permita repetir una y otra vez las
visitas a ese lugar mágico de mundos increíbles, de historias asombrosas y
sueños por doquier; los cuales nos permitan perseguir las mariposas amarillas de
Gabo mientras buscamos a Caperucita en
el bosque, montados en La tortuga gigante
de Quiroga teniendo en cuenta Instrucciones
para subir una escalera de Cortázar, para
admirar El retrato de Dorian Grey;
el cual seguramente le hubiese encantado a la Madame Bovary de Flaubert; le
dibujaríamos el cordero al Principito, de Saint Exupéry y luego en un instante daríamos
La vuelta al mundo en 80 días con
Julio Verne, para ir hasta Japón a conocer esa cultura y comprar los gusanos de
seda de Baricco sin ningún Contrato Social más que el de poner a
volar la imaginación a cualquier edad. Sin temor a pensar que son Cien años de soledad para las
bibliotecas de nuestras instituciones
porque fue una Odisea entrar allí a
leer, porque era un Código Da Vinci el
requerido para acceder al material de Lo
que el viento se llevó en esta Crónica
de una muerte anunciada.
Ohara Correa
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